El deporte ha alcanzado en estos últimos años una relevancia mayor, al cual la humanidad atribuye unos poderes sobrenaturales, la salvación eterna a los flagelos cotidianos, etc.
Sin embargo también vemos como algunos deportistas se encargan de refutar estas afirmaciones cuando caen presos del dopaje, la trampa y de cualquier ventaja antideportiva.
Estas consideraciones merecen un análisis concreto y porque no, devastador. El deporte no es ninguna de estas dos cosas. El deporte va más allá de la libido humana. Es una forma de concebir el mundo y una extraña forma tal vez, de transitar por este.
La vida deportiva tiene saturada su ambiciosa gama de ejemplos de que la adversidad solo es un paso hacia el éxito, la gloria porque no.
Todos los seres humanos deportistas juegan día a día su campeonato del mundo particular, donde sufren derrotas y victorias, acciones movilizadoras que no les permiten quedarse quietos, es por eso que su esencia se mantiene limpia y oxigenada, no es agua estancada.
Entiende razones que la misma razón no entiende.
El deportista es una raza universal, abierta a cualquiera, una revolución del amor por la vida, un atentado al dolor y a la adversidad.
A veces, también se escuda como una excusa para evitar una guerra pero en el sentido genérico y literal, termina esto no siendo tan malo.
Es fundamentalmente amor por el otro. Detrás de la felicidad de una victoria contra un oponente se esconde también la tristeza, porque el sabe más que nadie como se siente perder y a partir de esto se generan sentimientos propios del deporte: la compasión deportiva. No la compasión egocéntrica medieval sino aquella realista, la que esta en el corazón y que sabe entender, aceptar al otro en su dolor porque el también sabe de dolores, de derrotas y de vencidos.
El deportista entiende de ganadores y perdedores, no de resultados numéricos ni de trofeos, sino de actitudes, de formas de actuar ante las desavenencias de la vida, entiende de una actitud ganadora frente a la vida no contra la vida, no contra la vida de los otros, no especuladora, de todos no de uno, la actitud hacia el bien común no solo al personal. Pero también entiende que los frutos son recíprocos y matemáticos, cuanto mayor es el esfuerzo, la entrega y el sacrificio, mayor es el logro a alcanzar, mayor es la cosecha y no siente compasión del que no se esfuerza porque no pertenece a su concepción del mundo y de la vida. Por eso a veces los deportistas son cuestionados por las personas.
Los hijos deportistas son hostigados a veces por los padres cuando lloran porque no son llevados a los partidos a las ocho de la mañana en pleno invierno a jugar o a las dos de la tarde en verano, pues la humanidad no comprende de sacrificios, de sufrimientos semanales para la competencia, de supresión de sentimientos negativos en pos del bienestar grupal, del equipo, de la competencia. No sabe de autocontrol cuando lo lastimaron y el cerebro primitivo actúa por sobre la razón del deportista y este vence el impulso de venganza, porque en el deporte no hay venganza, hay oportunidad.
A veces la gente no entiende como puede morirse uno en la cancha, en la pista, en la ruta entrenando, compitiendo; a veces la gente no entiende que “días de la madre o del padre” no son motivos para faltar a un partido, porque un hijo celebra su familia todos los días, el se entrena mucho para llegar al fin de semana, no para faltar. Puede entregar su cuerpo en pos de la victoria y no le importa estar lesionado, pues el todo es más importante que cada una de las partes.
Y un día después de haber sido cuestionado, amargado por los amigos que lo invitaban ha hacer cosas indebidas para el deportista, ven como este, capitaliza su esfuerzo en logros personales, ve como cosecha la felicidad que le da cada paso por su vida, ve como sus seguidores se congratulan con su presencia, ven como tiene fresco y latente su mente, como la edad solo consiguió arrugas en ese cuerpo y tienen mil historias para contar. Y el día menos pensado la muerte lo busca y el mundo se entristece, porque perdió un deportista.