dedicado para Vir Diambra
Sujetar la flecha es estar en contacto con su intención.
Hay que mirarla en toda su longitud, ver si las plumas que guían su vuelo están bien
colocadas, verificar la punta y cerciorarse de que está afilada, y comprobar que está recta y no
quedó curvada o dañada en un tiro anterior.
La flecha, con su simplicidad y liviandad, puede parecer frágil, pero la fuerza del arquero
consigue que pueda llevar consigo la energía de su cuerpo y de su mente.
Cuenta la leyenda que una simple flecha fue capaz de hundir un navío: el hombre que la disparó sabía dónde se hallaba la parte más delgada de la madera, con lo que abrió un agujero que permitió que entrara el agua en la bodega sin hacer ruido y acabó así con la amenaza de invasión que pendía sobre su aldea.
La flecha es la intención que deja la mano del arquero y parte en dirección al blanco. Por lo tanto, es libre en su vuelo, y seguirá el camino que le fue destinado en el momento del tiro.
Será tocada por el viento y por la gravedad, pero eso es parte de su recorrido: una hoja no deja de ser hoja porque una tormenta la arranque del árbol.
Así es la intención del hombre: perfecta, recta, afilada, firme, certera. Nadie la puede detener cuando cruza el espacio que la separa de su destino.
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