viernes, 12 de febrero de 2010
DISFRUTAR
Un misionero español visitaba una isla, cuando se encontró con tres sacerdotes
aztecas.
. ¿Cómo rezáis vosotros? .preguntó el padre.
. Sólo tenemos una oración .respondió uno de los aztecas.. Nosotros
decimos: «Dios, Tú eres tres, nosotros somos tres. Ten piedad de nosotros.
»
. Bella oración .dijo el misionero.. Pero no es exactamente la plegaria
que Dios escucha. Os voy a enseñar una mucho mejor.
El padre les enseñó una oración católica y prosiguió su camino de evangelizaci
ón. Años más tarde, ya en el navío que lo llevaba de regreso a España,
tuvo que pasar de nuevo por la isla. Desde la cubierta, vio a los tres sacerdotes
en la playa, y los llamó por señas.
En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua hacia él.
. ¡Padre! ¡Padre! .gritó uno de ellos, acercándose al navío.. ¡Ensé-
ñanos de nuevo la oración que Dios escucha, porque no conseguimos recordarla!
. No importa .dijo el misionero, viendo el milagro.
Y pidió perdón a Dios por no haber entendido antes que Él hablaba todas
las lenguas.
Esta historia ejemplifica bien lo que quiero contar en A orillas del río Piedra
me senté y lloré. Rara vez nos damos cuenta de que estamos rodeados por
lo Extraordinario. Los milagros suceden a nuestro alrededor, las señales de
Dios nos muestran el camino, los ángeles piden ser oídos.; sin embargo, como
aprendemos que existen fórmulas y reglas para llegar hasta Dios, no prestamos
atención a nada de esto. No entendemos que Él está donde le dejan
entrar.
Las prácticas religiosas tradicionales son importantes; nos hacen participar
con los demás en una experiencia comunitaria de adoración y de oración.
Pero nunca debemos olvidar que una experiencia espiritual es sobre todo una
experiencia práctica del Amor. Y en el amor no existen reglas. Podemos intentar
guiarnos por un manual, controlar el corazón, tener una estrategia de comportamiento
. Pero todo eso es una tontería. Quien decide es el corazón, y lo
que él decide es lo que vale.
Todos hemos experimentado eso en la vida. Todos, en algún momento,
hemos dicho entre lágrimas: «Estoy sufriendo por un amor que no vale la pena.
» Sufrimos porque descubrimos que damos más de lo que recibimos. Sufrimos
porque nuestro amor no es reconocido. Sufrimos porque no conseguimos
imponer nuestras reglas.
Sufrimos impensadamente, porque en el amor está la semilla de nuestro
crecimiento. Cuando más amamos, más cerca estamos de la experiencia espiritual.
Los verdaderos iluminados, con las almas encendidas por el Amor, venc
ían todos los prejuicios de la época. Cantaban, reían, rezaban en voz alta,
compartían aquello que San Pablo llamó la «santa locura». Eran alegres, porque
quien ama ha vencido el mundo, y no teme perder nada. El verdadero
amor supone un acto de entrega total.
El monje Thomas Merton decía: «La vida espiritual consiste en amar. No
se ama porque se quiera hacer el bien, o ayunar, o proteger a alguien. Si
obramos de ese modo, estamos viendo al prójimo como un simple objeto, y nos
estamos viendo a nosotros como personas generosas y sabias. Esto nada tiene
que ver con el amor. Amar es comulgar con el otro, es descubrir en él una
chispa divina.»
PAULO quien mas...
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